Arte Recuerdo Transparencia Espíritu
Las obras de María Tarruella están dentro de la pintura de acción porque el proceso de sus hechuras le importa extraordinariamente; están dentro de la abstracción porque se siente unida a la idea –a la idea vivida- de que colores y formas tienen valores en sí mismos y son buen receptáculo de significaciones esenciales; están dentro de la “All-over painting” porque la superficie entera de las obras es considerada importante y realzada como necesaria; están dentro del arte actual, finalmente, porque la pintura sigue afectándonos, sin obedecer a los dictámenes teórico-críticos que la consideran algo concluso para el arte y la sensibilidad receptora de nuestro tiempo.
El respeto preside la actitud de Tarruella y hay elegancia por tanto en sus obras. Muy hondamente ella considera que es primordial el tema, y logra que la manifestación del mismo no se disipe entre eventualidades. El buen saber hacer se encuentra en esta artista equilibrado con el saber sentir, y a renglón seguido la magia del querer se exterioriza, teniendo vía libre la clara relación entre el autor, la obra y el contemplador. María no ajeniza los procedimientos utilizados del afán de una búsqueda de transmisión del tema, y así la expresividad de la obra abre la puerta del diálogo coherente, equilibrado y firme entre el cómo y el qué. Ella concibe y lleva a cabo su arte como un medio, y materias, modos, materiales y formas hablan pues un lenguaje que no es el de la simple y externa apreciación icónica, sino el de la sencilla y profunda relación de la intención cumplida. Esta artista se sabe, se siente y se quiere puente vivo entre el misterio y el secreto, entre lo invisible y lo visible, entre lo transcedente y lo contingente, entre realidades que sobrepasándonos son la razón de ser, y así actúan sus obras en nosotros como hermosos latidos de un corazón dispuesto para toda belleza. Belleza que construye y colabora con nitidez al recuerdo de que aquí, residentes en la tierra, somos seres de emocionante origen.
El transcurso visual y vital en las obras de Tarruella es el que, partiendo de la oscuridad, va arribando a la claridad. Puede incluso que no se dé una mera sucesión, un deslizamiento entre una y otra, sino una transformación, una metamorfosis, ya que eso es lo que sucede con las materias que utiliza y con la disposición de las mismas en cada obra. Tarruella hace sus colores, trata sus pigmentos, selecciona sus gamas, decide sus tonos y descubre sus mezclas y combinaciones siempre como si los experimentara por primera vez. En cada uno de tales pasos, hay un encantamiento lúcido, hermosísimo en su hallazgo y en su empleo. De ello nos beneficiamos quienes apreciamos sus obras. Su elección de materias y materiales, los pacientes estratos, las refinadas capas que van dándoles cuerpo táctil y calibrable sobre el lino crudo, el agua, el látex, los minerales, la ceniza, el polvo de mica o el de hierro, la cera, el papel, el barniz, la plateada luz de luna, la fluorescencia...todo configura unos cuadros ajenos a lo inerte; unas obras que recuerdan el soplo de vida que hay en la materia, alejan la soledad, nos religan, nos reúnen con la luz del espíritu, y pintan las palabras arte, amor, conocimiento, fe, confianza, armonía...cultivada, consciente, valiente y generosa decisión.
Carmen Pallarés
Crítica de Arte